OLOR A DOLOR…
Desde las primeras horas del jueves el
cuerpo de Ernest estaba programado para la felicidad que traían consigo los viernes,
la brisa y el olor a fin de semana le hacían del jueves un día tan placentero
que no sentía el pasar de las horas, pues este día marcaba que sería un fin de
semana prominente.
Ernest un joven del barrio, el séptimo hijo
de una viuda, la cual el casi no veía, aunque solo vivía a unas cuantas cuadras
de ella. Este fue empujado por la vida a salir a muy temprana edad de su casa
materna para irse a trabajar siendo muy jovencito, Ernest con cuarenta y tantos
años vivía una vida de placeres, fiestas, amigos, prostitutas y desenfreno.
Trabajaba sin descanso durante la semana hasta esperar que llegaran los viernes
para iniciar un fin de semana de fiestas y placeres hasta los domingos en la
madrugada.
Pero el viernes siguiente marcaría a Ernest
para el resto de su vida, sus hermanos no lo frecuentaban ya que este había
tomado un camino de lujuria y fiestas mientras que ellos no eligieron rodearse
de este tipo ambiente.
Doña Mercedes crio a sus 7 hijos trabajando
como ama de casa y vendiendo frutas y vegetales en las calles del pueblo, ella
que había quedado viuda cuando estaba embaraza de Ernest quien era el menor de
sus hijos, sacó a su familia adelante, los guio en el mundo de la educación a
través de escuelas públicas como pudo e inculcaba valores en el hogar, pero Ernest salió diferente a los
demás, para los otros seis su madre era el centro del universo y todos
trabajaban para su anciana madre quien había durado años en cama, pero Ernest
nunca se enteró ya que vivía una vida completamente lejos del entorno familiar.
Un viernes en la tarde después del trabajo Ernest
queda de juntarse con sus compañeros para irse a una gran fiesta que había en
la disco del barrio, esta prometía ser el reventón más grande de la época. Mientras
se alistaba para salir, escuchó que alguien tocaba la puerta insistentemente y
mientras lo hacían vociferaban su nombre, “Ernest, Ernest abre la puerta que
algo grande ha pasado.” Se apersonó a la puerta a ver de quién se trataba y era
una hermana suya con llanto incontrolable, terminó de abrir la puerta, ella se lanzó en
sus hombros y entre sollozos decía, Ernest hemos perdido a nuestra madre,
cuanto dolor siento.
En ese momento las rodillas de Ernest
empezaron a temblar y no pudo sostener su cuerpo, cayó en los pies de su
hermana, el mundo le había dado un golpe inesperado a Ernest quien lloraba sin
cesar. Sentía miedo, vergüenza, dolor y mucho remordimiento. En ese momento no
sabía si ir al funeral o quedarse en casa, estaba aturdido por lo que pasaba.
Había muerto su madre, la que el abandonó.
Su hermana le ayudó a levantarse del suelo
y lo condujo hasta su casa materna donde lo esperaban sus otros hermanos y el
barrio entero. Ernest al ver el rostro de su madre en el ataúd lloraba y
lloraba con gran dolor pues la vida comenzaba a darle la primera lección. Todos
sabían sobre la vida que él llevaba y que nunca visitaba a su anciana madre. Ahí
se podía al hombre parado al lado del féretro, con ríos de lágrimas bajando por
sus mejillas y acariciando el rostro de su madre, mientras le pedía perdón, pero
ya era tarde, el cuerpo sin vida de su madre no recibía ningún mensaje.
Mientras todos susurraban a sus espaldas, Ernest
solo deseaba que la tierra se abriera y se lo llevara, pero ni la tierra quería
a este señor, quien nunca llamó ni visitó a su madre en vida. Esa noche Ernest
se quedó al lado del cuerpo sin vida de su madre, como un fantasma lo veían los
demás, era como si no estuviera realmente. Los otros seis hermanos ya se habían
puesto de acuerdo con la hora para la misa de cuerpo presente y el funeral de
doña Mercedes, al amanecer Ernest fue a su casa a bañarse para estar listo para
el sepelio, antes de la primera hora del día ya Ernest estaba de regreso, con
su mejor traje para despedir a su madre, perfumado y bien elegante recibía las
condolencias de aquellos que llegaban de muy lejos y de sus compañeros de
trabajo que se habían enterado. Pero la conciencia no lo dejaba en paz, sabía
en el fondo que él había fallado no solo como ser humano sino también como hijo
y hermano, y que ya no bastaba con pedirle perdón a un cadáver que no escuchaba
sus plegarias. Su corazón latía como si se fuese a salir por su boca. La gente
del pueblo hacía grupos alrededor de sus hermanos quienes sentían la pérdida de
su madre, pero también se sentían conforme con Dios ya que ellos habían hecho
todo lo que estuvo en sus manos para mantenerla con vida y cuidarla, en ningún
momento estos perdieron la cordura, se mantuvieron recibiendo las condolecías y
los halagos de los vecinos, quienes los felicitaban a pesar del momento que
pasaban, por haberse mantenido al lado de su madre en los momentos más
difíciles.
Era sábado en la tarde y el funeral había
pasado, todas las personas comenzaban a dispersarse mientras que otras acompañaban
a los hijos a la casa. Ernest fue el último en salir del cementerio y decide ir
a la casa a acompañar a sus hermanos. Cuando este llega es recibido como un
completo extraño, era como si ninguno de los presentes le conociera, sentado en
un rincón era observado de lejos por los demás. pero Ernest no se daba cuenta
de que estaba exactamente en el lugar que él se había ganado y que con su forma
de vivir construyó.
Ernest regresó a su casa esa noche y es cuando
siente por vez primera el olor a dolor, mientras que el frío de la soledad se
apodera de su corazón, en ese momento solo pasa una sola cosa por su cabeza,
pensó en quitarse la vida, entendía que ya había tocado fondo y que no valía la
pena seguir viviendo, tratando de buscar consuelo destapó una botella de ron
que tenía y se la tomó de dos tragos. Los llantos no cesaban ya que el alcohol
triplicaba las penas y el dolor, recostado en el piso se quedó dormido en horas
de la madrugada.
Ernest era el candidato perfecto para
cometer suicidio ya que solo los cobardes que abandonan a su madre son capaces
de quitarse la vida, pero a este el sueño lo había ayudado mientras dormía como
carrocho, el domingo pasó y Ernest continuaba tirado en el piso de su cuarto.
Ya pasado el fin de semana, Ernest vuelve
al trabajo, pero este se lleva una sorpresa cuando lo notifican que debía pasar
por recursos humanos, mientras se dirigía a las oficinas por su cabeza pasaba
todo tipo de pensamientos causados por el dolor que aún sentía y la
incertidumbre de no saber por qué o para qué lo requerían. Al llegar le
informaron que por ley se le debían dar tres días de duelo a causa de la muerte
de su madre. Esta noticia era una puñalada directa al corazón; acababa de
recibir un beneficio por la muerte de su madre que él no merecía, lloraba sin
cesar mientras sus compañeros de trabajo lo consolaban y todos pensaban que
este lo hacía solo por el dolor de haber perdido a su madre, mientras que la
realidad era otra.
Ese
fin de semana había cambiado a Ernest para siempre, poseía un vacío existencial
que lo marcaría para el resto de sus días. Nunca se percató de que la vida es
corta, las fiestas momentáneas y que la familia era para siempre.
Por: Edward Pérez
Escritor y comunicador.
Excelente 👏
ResponderBorrarExcelente reflexión
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